jueves, 29 de agosto de 2019

¿Por qué Argentina está, otra vez, en crisis?

Argentina enfrenta una nueva crisis económica. Pase a provenir del mundo empresarial, el presidente Mauricio Macri no logra generar confianza en los mercados. La vuelta al Fondo Monetario Internacional divide aguas. El gobierno no solo fracasó en su intento de frenar la inflación, sino que los precios están viviendo una disparada histórica. Y Argentina tiene hoy las tasas de interés más altas del mundo.
Contrario a lo que el sentido común suele indicar sobre Argentina, si bien se trata de un país rico en recursos naturales, estos no alcanzan para dar forma a un modelo económico integrador e inclusivo. De acuerdo a la medición de Capital natural per capita del Banco Mundial, Argentina ocupa el puesto número 40 del ranking de países con mayor dotación de recursos naturales explotables por habitante, detrás de naciones como Australia, Arabia Saudita, Canadá o Brasil. Esto significa que 45 millones de personas no pueden vivir de las exportaciones primarias o de bajo valor agregado como las del complejo oleaginoso, con grandes ventajas comparativas.
Argentina es un país con un entramado productivo heterogéneo, con fuerte presencia del sector industrial. La industria manufacturera es, con más de 1.300.000 puestos de trabajo (casi 20% de la población económicamente activa), es el principal empleador, el que paga mejores salarios y el que presenta menores índices de informalidad en un país con 30% de su población bajo la línea de pobreza. Cada puesto industrial directo genera, además, 2,5 empleos indirectos. Por supuesto, competir con bienes industriales y con valor agregado en un mundo donde la frontera tecnológica se corre día a día, es difícil.
El 72% del comercio internacional se explica por bienes manufacturados y cada vez pesan más los intangibles que engarzan industria con servicios. En este contexto, Argentina tiene la capacidad, la historia y la estructura para jugar un rol más significativo. Hoy solo exporta bienes de media y alta tecnología por 500 dólares anuales por habitante, lejos de los países desarrollados. Estos países despliegan políticas industriales cada vez más sofisticadas que ponen la generación de valor en el centro, como dinamizador de la economía: Italia está implementando un ambicioso plan (Impresa 4.0) que premia con un 50% de crédito fiscal la inversión en investigación y desarrollo, garantiza préstamos y destina 2.700 millones de dólares a un fondo para la productividad y el capital intangible. Estas iniciativas integrales y de articulación público-privada también se ven en Estados Unidos (Adavanced Manufacturing Program), Reino Unido (The Plan for Growth), Japón (Abenomics), China (Made in China 2025), Alemania (Sociedad Fraunhofer) y Taiwán (Productivity 4.0).

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¿Cuál es entonces el camino para el desarrollo argentino? Si bien competir es cada vez más difícil, esta diversidad que muestra Argentina es parte de la solución, una oportunidad. Durante muchas décadas predominó la falsa dicotomía entre ser un país industrial o «el granero del mundo». Lo cierto es que para romper escalas y ascender en una integración inteligente en mundo, el país necesita todo su potencial. No es «campo o industria», es «campo e industria… y servicios». Para eso, se necesita una política industrial que se ponga de pie y que, a la vez, amplifique una estabilidad macro y un diseño microeconómico. Pero para que eso ocurra, debemos diagnosticar los problemas de forma correcta.



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Hace casi 50 años, el empresario argentino Marcelo Diamand teorizó que el país tiene una estructura productiva desequilibrada y que eso genera una restricción de dólares. Según su postura, en momentos de crecimiento las necesidades de divisas para insumos y bienes de capital aumentan más que los ingresos en dólares. Esto provoca presiones sobre el tipo de cambio. El diagnóstico de Diamand explica una parte de la situación argentina actual, cuya historia se repite.
La restricción externa reduce la capacidad que tiene una economía para generar las divisas (dólares) necesarias para afrontar sus necesidades de importaciones para el consumo, la inversión, la remisión, el pago de deuda y el atesoramiento. Cuando las necesidades de divisas crecen y las fuentes de las mismas no lo hacen en la misma cuantía, afloran presiones sobre el tipo de cambio, su correlato sobre precios y costos, estancamiento o caída de la inversión, congelamiento de la creación de empleo y, en definitiva, la ralentización del crecimiento económico. Si seguimos a Diamand, no puede afirmarse que este sea un fenómeno nuevo, ya que la historia argentina se caracteriza por episodios recurrentes de restricción externa. El actual puede datar su inicio hacia 2011 o 2012. Básicamente, hay dos canales a través de los cuales un país (que no imprime dólares) puede hacerse con divisas: sus exportaciones y el financiamiento en moneda extranjera.



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